Antonio D. Resurrección. "Silver-Stone. Los pintores". 2009
La música es portadora de grandes beneficios, enriquecedora (como pocas) del individuo, en su nivel formativo, sentimental-vital. Una expresión artística excesivamente ninguneada, infravalorada, al igual que ocurre con otras disciplinas como el cine (aquel ajeno a la industria del entretenimiento) o el arte contemporáneo...
Existe un pre-juicio bien asentado en el inconsciente colectivo, en torno a las artes, que minusvalora cualquier creación artística frente a, por ejemplo, una revelación científica, aunque el ámbito de lo científico, paradójicamente, goce de menos popularidad, digamos de "glamour" social. Una buena prueba de ello es el poco escrúpulo que se pone a la hora de obtener producciones artísticas de forma ilegal. En ese pequeño delito doméstico (en el que todos incurrimos en mayor o menor medida), se demuestra el escaso reconocimiento y valor que hacia las artes existe. Porque en un sistema capitalista el valor de cambio dice mucho del valor intrínseco (social) del objeto. Como si los artistas (sí, ese ochenta por ciento de artistas que no son "multimillonarios") no merecieran vivir de sus propias producciones.
El mundo que habitamos es lo suficientemente cruel y despiadado (el sistema se presta), se encuentra ahogado en tanta barbarie, que subestimar las expresiones culturales, más allá de su trascendencia, se me antoja una auto-inmolación social.
Desconfío de la gente que no baila, que no siente el ritmo en sus cuerpos (mucho que decir de la psique, sexualidad, inhibiciones), que no tararea una canción, que no silba mientras trabaja en sus quehaceres cotidianos (la gente que silba tiene un MP3 en el corazón)...
Porque la búsqueda de la felicidad dispone de una sensata compañera de viaje y es menester valorarla como se merece. Me siento orgulloso de ser artista pero más orgullo me produce poder degustar la Cultura.
