
Todos parecemos necesitar algún momento en el que se abran los cielos y la dirección de la luz determine una trayectoria diáfana. Todos necesitamos, antes de ser heridos, operar lo suficientemente cautos para no provocar la herida. Porque la condición humana resulta más vulnerable de lo que nos atrevemos a verificar. Nadar en una mar de resentimientos, aguas oscuras y turbulentas, nos conduce a la permanente tragedia de la letanía (la pena máxima), construcción de edificios decididamente abocados a la ruina, al efecto de la erosión de los agentes naturales, o a ser demolidos por nuestras propias manos.