lunes, 8 de junio de 2015

Los últimos días

Antonio D. Resurrección. Serie Interferencias. "DIáspora". 100 x 70 cm. Fotografía. 1998/99



















Los franquistas aceptaron la transición como un mal menor, seguros en su interior de que pocas cosas iban a cambiar en lo substancial. Los sucesivos gobiernos democráticos fueron asentando la ambigua idea de la estabilidad y con ella, la estabilidad de un antiguo sistema que más que extinguirse se disfrazaba con una indumentaria que le sentaba demasiado bien. Así en 1982, las enormes reticencias a un gobierno de "izquierdas" comenzaron a desenfocarse al descubrir que los hilos urdidos en décadas de injusticias, nepotismo y privilegios se nutrían, paradójicamente, de un libro permanente ninguneado y tergiversado, con nuevos actores que superaban con creces a sus predecesores, multiplicando exponencialmente las tradicionales vías de lucro personal y oportunismo ventajista.

Desde entonces, el estado de "derecho" ha seguido asentado, a lo largo de las sucesivas legislaturas, en esta vasta herencia que ha terminado por neutralizar cualquier posibilidad de trascendencia a la ominosa dictadura. Es por ello que en los últimos días, cuando se esboza la posibilidad de cambios políticos substanciales que quiebren aquella tendencia mezquina, para muchos suponga una suerte de apocalipsis y así se hace necesario interpretarlos puesto que esto debe ser el (por) fin de una democracia devaluada, manoseada y aplicada en diferido, una democracia bastante lejana de lo que deberían haber sido sus principios. La asunción final de que los auténticos principios democráticos están por venir. El porvenir democrático.
Ahora quizás se puede entender mejor por qué ciertos sectores de la ciudadanía se sienten tan preocupados y se manifiestan patéticamente enajenados, elucubrando catástrofes de dudosa altura intelectual, casi mental. No les faltan motivos, el status quo del antiguo régimen se tambalea y con él sus corruptos privilegios.

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