«Sentir es tal vez una de las cosas más atemorizantes en esta sociedad». Cecil Taylor.
La liturgia sigue causando efecto, a pesar de los imponderables: el agua, el granizo, los rayos, el viento, el lugar, el sonido a medio gas, la iluminación paradigmáticamente escasa. O quizás, gracias a todos ellos.
El efecto consigue perpetuarse en el tiempo porque los fieles seguidores precisan de volver a escuchar esos antídotos contra el miedo y la desazón pergeñados en Duluth.
La vida se estrecha y acorta en manos de la ignorancia y la insensatez. Mimi y Alan lo saben.
Han fabricado un refugio preparándose para el advenimiento de las siete plagas. Ya las tenemos más cerca de lo que esperábamos, más inmediatas de lo previsto. Han construido un armamento inefable de canciones que desarman al enemigo, abren heridas que no quisiéramos ver y adivinan consecuencias que sólo los más valerosos nos atrevemos a afrontar.
El fin era esto y su final. La necesaria catarsis para mantenerse vivos, para distanciarse del negligente olvido de la cobardía. Nothing but heart.
“It would behoove us all
To remember that all we are is what we love”.