
Solíamos claudicar y cuando solíamos claudicar, consentíamos, vaya si consentíamos... Solíamos renunciar, y en qué modo renunciábamos... oyendo a deshoras el tic-tac del reloj, como si no fuera con nosotros... Solíamos creernos inmunes a la irresponsabilidad, repletos de hojas de laurel... Solíamos ceder al chantaje, plegarnos al más vil de los procedimientos sociales, ajenos a sus usos espúreos, maniqueos, sin apenas cerciorarnos... Solíamos pensar en el crecimiento sin límites, más allá de nuestros deficientes presupuestos... Solíamos creernos "túyyo" cuando nuestras vidas se unirían en el infinito, incluso más allá... Solíamos estar ajenos al extrañamiento afectivo, a la dislocación sentimental, cuando no dejábamos de ser, tristemente, como somos ahora, exactamente iguales...