domingo, 26 de junio de 2011
PS I Love You
Pasó un mes pero apenas mermaron las grandes impresiones que han quedado retenidas en nuestra memoria con vocación de eternas. El P.S. ha resultado ser el mejor de los festivales posibles y el de este año ha tocado aquella bóveda celeste sólo imaginable en el ámbito de lo onírico.
Conscientes de lo inabarcable de este monstruoso proyecto, con los pies en la tierra y un plan blindado a prueba de algunos imponderables, acometimos el jueves veintiséis mirando con frustración la gran pérdida que supuso no poder estar presentes en el reflotamiento del Heaven Up Here el miércoles anterior. Sacrificamos a Marina Gallardo, esa P.J. del Puerto, Emeralds y el hype divertido de los Cults, merced a las aerolíneas de saldo.
El primer entrante, una Glasser menos brillante que en el disco, escoltada por un programador en esa onda neo-hippy, tan poco verosímil, propia del barrio de Brooklyn. Ecos de la indiscutible Fever Ray, un poco de Björk y, sobre todo, de la Dot Allison más plausible. De allí corrimos a darnos un baño de testosterona, que puede terminar por cansar, llamado Grinderman. Nos dejamos a los Walkmen en el camino. Alcanzamos a disfrutar un rato del ruidismo precursor del maestro Glenn Branca y otra pequeña sesión de los bailongos Caribou.
Volvimos a re-conocer a las viejas glorias de Suicide en un concierto repetitivo y machacón como sólo ellos saben desarrollar. The Flaming Lips consiguieron hacernos olvidar de que se tratan de una buena banda, incluso con grandes canciones, con tanta fanfarria, confetti y carnaval dionisíaco. Después del empacho de golosinas, nos vino bien enfriarnos con la helada propuesta industrial de Factory Floor que, siguiendo las pautas habituales del contexto electrónico, endurecieron y aplanaron una propuesta grabada más rica en matices.
El viernes veintisiete acabó por convertirse en un día redondo, comenzando con Ainara LeGardon y su propuesta rockera a la maniera Harvey, el fresco americanismo de unos sorprendentemente jóvenes Avi Buffalo o el pop clásico del matrimonio Tennis.
Mr. Ward, efectivo y previsiblemente sureño, dio paso a una noche plagada de gemas de incuestionable valor. The National abordaron un repertorio de hits épicos en el mejor de los escenarios, a juicio de varias personas, aunque no sonaron todo lo bien que cabe esperar de ellos. Prescindimos de Belle & Sebastian conscientes de la importancia de no perdernos ese glorioso ritual llamado Low, sensibles e impecables, grandiosos abordando el reciente C'mon sin menoscabo de un tracklist monumental.
Tras la tensión introspectiva, Deerhunter demostraron a fieles y foráneos el gran talento que poseen, una sesión ininterrumpida de esa personalísima mixtura de géneros rock. Non-stop a la altura de Nothing Ever Happened. El regreso de Pulp se nos atragantó a medias, más allá de su incuestionable directo, a causa del aforo tan desmedido como augurable del escenario principal. La noche se cerró, en un círculo perfecto, con la contundencia del directo de Battles, adalides de un experimentalismo dance hipnótico, contagioso, retroalimentador del éxtasis en el que gustosamente nos sumergimos.
El sábado comenzó con la puesta en escena en el Auditori del clásico Paris 1919. El maestro Cale, arropado por una gran orquesta, resultó efectivo y emocionante hasta que terminó su masterpiece. El resto acabó por expulsarnos a la luz exterior, dejando por el camino a Yuck, saboreando, desde la distancia, los viejos temas de los Papas Fritas (cuántos buenos momentos). Nos encaminamos hacia el templo ATP, donde el barbudo Phosphorescent se decantó más por el americanismo bande à la lettre de su último trabajo, relegando a un segundo plano los intensos temas que contiene Pride. Pasamos un rato Fleet Foxeando hasta trasladarnos hacia uno de los conciertos más contundentes del día. Los Neubaten derrocharon radicalismo e inteligencia, combinación oportuna de ruidismo y rock perfectamente imbricados. Arte contemporáneo mayúsculo. Con P.J. Harvey sufrimos el mismo efecto Pulp: la masa humana impide ver el bosque. De la gran dama se echan de menos aquellos legendarios temas desprovistos de paja, ataviados de visceralidad sexual femenina. Cuestión de gustos.
Y con ellos, Mogwai, llegó el sonido y la furia, la maquinaria convenientemente engrasada y renovados aires contenidos en su último disco. La banda escocesa atrae en directo a conversos y descreídos, imposible sustraerse a semejante explosión de sensibilidad cruda. Pasamos de largo con los sobrevalorados Animal Collective, vimos un pequeño aperitivo de la locura de Pissed Jeans y bailamos un final apocalíptico con D.J. Coco, conscientes de que nada volvería a ser lo mismo. Las contraindicaciones de la intensidad vital, el dolor de amar apasionadamente, la plenitud de lo efímero: música de nuestras vidas, experiencias sublimes de difícil traducción verbal.
Primavera Sound. Barcelona. Mayo 2011
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