Será que mis progenitores me bombardearon en exceso con Joan Baez, Víctor Belén y Ana Manuel, a-Serrat, Simon and Garfunkel, Peter, Paul & Mary y variadas guitarritas acústicas, allende de los mares, aderezadas con impostados golpes de pecho…
Será que sus amiguetes "venereaban" al tostonazo monocorde de Paco Ibáñez, el
cul-al-vent de do-Raimon, la falsa autenticidad licenciosa del urbanita Savin-a, el Labordeta campechano o al muermo de Luis Petardo Auteur. Nada que ver con el talentoso Lluis Llach.
Será que, incluso entonces, allá por los primeros ochenta, esos estilos ya me parecían prehistóricos y desleídos. Será que el Punk y, sobre todo, el after-punk me ofrecían una salida más enriquecedora y plural que aquella linealidad estilística demasiado endeudada con un pasado absorbente. Que sí, que todo acaba como acaba pero no todo comienza y se desarrolla de la misma manera.
Por eso, cuando Nachín se me convirtió al nacional-cansautorismo quebrome la sonrisa. Por eso, cuando algunas parejas-guay recurrieron a la canción española o a los adalíes progres con coartada indie-guay, no dejé de verlo como un triste
retour à l'ordre, el viejo orden. Por eso, esa vuelta de tuerca involucionista que supuso Lorena Álvarez y su banda municipal, me retrotrajo a la época de Raíces y Los Botejara de Amestoy, sin encontrarle atisbo alguno de gracia a la gracieta iconoplasta. Por eso, cuando la chavalería empezó a dejarse las barbas, usar camisas de cuadros y pana apolillada, y a copiar (y ya van…) modos y maneras norteamericanas de "americana" de Las Rozas, no pude evitar sonrojarme de vergüenza ajena y asociarlo, inevitablemente, a estos tiempos de neoliberalismo pleistocénico donde se mira hacia atrás con demasiado denuedo.
Ya me consta que son modas y posturas, que debajo de la cáscara puede existir un auténtico
riot, pero la noche me confunde gratuitamente. Del fondo a la forma como de la forma a la función.
Es por ello que, como comentara el nunca del todo bien ponderado J.M. Costa, las nuevas promesas de jóvenes políticos deberían ser más prudentes a la hora de utilizar, como banda sonora de sus
mise-en-scène, esa retahíla de himnos que si bien marcaron una época determinada de la transición, no son, precisamente, oportunos en pleno siglo veintiuno, en un contexto político necesitado, más que nunca, de aires nuevos contemporáneos. Esperemos que las formas no sean el espejo del fondo y que del fondo se vayan perfilando las formas.