“De kleine houthakker”. 1989. Leidsebosje. Amsterdam. 2019
«La única forma de conocer a una persona es amarla sin esperanza». Walter Benjamin.
El espacio. El frío anillo enquistado en el dedo. Un iceberg donde una densa invisibilidad protege la materia oscura inabarcable. En los terrenos de lo omitido, lo no verbalizado, amplio espectro de información nonata, el smog que pone en práctica la imposibilidad, la inviabilidad del re-cordis. Más cerca del pragmatismo filosófico que del derrotismo. Space (I believe in).
La distancia. La venganza de la distancia, ese espacio inconmensurable que determina el olvido. Probable consecuencia de la hiperproducción de estímulos, la saturada recepción de información o el instantáneo feedback empático: efectos paradójicos neutralizadores de los afectos. Acaso la inmediatez acorta los tiempos y tiende a imposibilitar lo trascendente. El extravío de la reflexión. Prudencia que cae en el olvido, amnesia anémica estéril. Soledad, es criatura primorosa que no sabe que es hermosa. Distance equals rate times time.
Ni los espacios ni las distancias son proverbialmente definitorios. Tampoco el tiempo. A pesar de la facilidad en cómo se termina siendo presa de los pasados infortunios, está el individuo y el uso de la razón, el arma demoledora de lo razonable frente al desánimo, el determinismo fatalista, el completo disparate. Senza-te. Como dijera Marcuse, “La razón es subversiva”, e insólita en estos tiempos.