martes, 24 de septiembre de 2019

Verdwijnen

Andrei Tarkovsky. Eye Filmmuseum. Amsterdam. 2019

La casa está ardiendo, se consume en llamas. Los restos de un armazón apolillado, envejecido por el lastre del tiempo mal empleado, ennegrecido por una humedad in-filtrada hasta el corazón de la estructura de la madera.
Se consume en su propia decrepitud. Detritus de una acumulada negligencia perpetuada en el tiempo. Lo que otrora fuera un refugio contra la miseria humana, las paredes de un nido cultural a prueba de ignominia y decepción, lo que se convino en construir con el sabor elemental de los afectos, los buenos afectos, ahora se declara insolvente, el aciago destino de cualquier asociación contractual.

Pero este fuego, llamarada nueva deslumbrante, es un fuego purificador necesario que finiquita la rémora del recuerdo y determina, a pesar del permanente olor a chamusquina en la ropa usada, la posibilidad de una civilización, de una relación factual civilizada que construye su reino sobre los restos de la decadencia, como flores esplendorosas que surgen del compost.

La vivienda se extingue a modo de una gesamtkunstwerk. El vivir habitable, des-habitado queda reducido a polvo sin ángel. Y tan siquiera, por efecto de la perspectiva, en un enfoque Tarkovsky inesperado, se atisba a vislumbrar su reproducción a escala, fuera de encuadre. Esperanza de un germen que garantice la permanencia de la saga, la ilusión de un merecido futuro luminoso, en los avatares de un camino repleto de casuística, a lo Auster, y esforzadas causalidades. Rien ne va plus. Pura belleza vital.

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