sábado, 12 de septiembre de 2009

La ley del silencio


Low. "Monkey". 2005

Los renglones retorcidos de la personalidad, navegando en esa "beneficiosa" indeterminación: ahora "sí" pero "no", ahora "no" pero "sí"... armados de la mentira y la traición a cualquier escala, adscritos a una popular creencia en la que el pequeño hurto no es un robo, como si la ética hubiera de reconocer momentos de excedencia en su práctica. De haberla, claro está. Otra cuestión muy distinta sería condonar aquellos casos que, más allá de la sistemática diaria, podrían ser calificados de "errores", pero no ha lugar.

El cinismo como modus vivendi, a prueba de bomba, ése "mi yo otro" que es asumido inconscientemente (?) por el individuo, el mismo que posterga a un futuro inexistente cualquier grado de "implicación" o compromiso, más que aquella verbalización ante terceros carente de vinculación (la recurrente charla de bar). Tras estas miserias sólo hay miedo injustificado y una cómoda actitud de mirar hacia otra parte (no oír, no hablar, no ver), laissez faire, laissez passer, droga-adicción anestesiante para demasiadas personas.
El mismo valor posee la palabra expresada y la obliterada, tanto mayor la transmitida a quien no procede (a falta de entereza) y la omitida a quien realmente lo merece. No tiene efecto alguno (salvo la retorcida perversión del autoengaño) criticar a alguien y no hacérselo saber. Más deplorable, si cabe, hacerle entender justo lo contrario (hipocresía). Debe ser que el "compromiso" entendido como lealtad, no resulta valor de cambio en alza. Será que la des-vergüenza es un parásito al que nos acostumbramos con demasiada facilidad.

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