The Hidden Love Songs Bross en Dirty Beaches
I Break Horses
The Rapture
Armados de una logística casi profesional, extraña, quizás, a otras necesidades domésticas, arribamos al
PS'12 con la actitud de un peregrinaje anual embadurnado del dulce sabor de lo cotidiano, con la conciencia de la experiencia extraordinaria que se convierte en gratamente ordinaria.
En la jornada del jueves los imponderables fueron domeñados y la esperanzadora puesta de largo de
Pegasvs sirvió de
meeting point entre nuevas amistades con vocación de eternas. El grupo catalán es capaz de sintetizar todos los sonidos analógicos que quisiéramos desear para nuestras particulares producciones… Conscientes de lo que supone el concepto de pérdida multiplicado por cinco, decidimos prescindir de los prometedores
Purity Ring y apostar por el vástago del legendario Ian Dury. Ese post-punk pop apenas macerado hizo que la tarde tornase prometedora con la presencia de propios y extraños. Unánime gratitud a
Baxter Dury y su aplicada banda que supieron conectar a tan tempranas horas. Cayeron del otro lado de la balanza
Peter Wolf Crier, poseedores de algunas canciones gratamente extrasensoriales y los aviesos
Field Music, en beneficio de un sólo tema de la música coyuntural de unos
Friends que rozan peligrosamente el
hype. No siempre se puede ganar.
Si existe algún
hype unánimemente más inflado en los últimos meses ése se llama
Grimes. La canadiense lo demostró en un verdadero festival del despropósito acústico y la puesta en escena, por llamarla de alguna manera, más bochornosa que se haya podido sufrir… Eso sí, aquellas "espontáneas" medias de encaje y bragas rojas al cielo se tornaron imborrables. Algo es algo. Lástima que no fueran de la protagonista, decididamente fuera de foco. Quizás mejor así.
Perdimos, de nuevo, a los cada vez más comerciales
Death Cab for Cutie, extrañando aquellas maravillosas canciones pasajeras de un transatlántico que se hundió con los años. A favor, el lirismo retornador de
Mazzy Star, con
Hope Sandoval empequeñecida por el escenario y un sonido que propició la típica jaqueca post-viaje aéreo.
"Fade on to you" funcionó como leve cauterizador aunque no definitivo… Vimos a
Kindness en el ínterin de la migraña, generando anticuerpos ante tanto regreso a los noventas más prescindibles.
Después de reponer energías, sueño reparador inclusive, las expectativas de congraciarse con
The XX resultaron tan altas como efímeras. La parquedad y lentitud de la materialización del repertorio, el flagrante delito de ir contra el público en
"Crystalized", a sabiendas de que tu escenificación queda cuestionada, no hizo más que aumentar la animadversión de un respetable definitivamente derrotado ante la evidencia.
Y apareció Jason y la noche se tornó clara, cristalina y si a lo lejos sonaban cantos de sirenas por
Franz Ferdinand pasados de bucle, el blues espacial sanador, regenerador de
Spiritualized amortizó una noche de vaivenes musicales. Con el discazo
"Sweet Heart Sweet Light" en las calles, fresco, potente, delicado y refinadamente pop, lleno de energía eléctrica, el legendario spaceman supo definir con precisión británica el camino que lleva desde el infierno de
"Hey Jane" o
"Mary" (caray, nombres femeninos) al flotar en un espacio de damas y caballeros. Las nanas lastimeras
a la maniera "It's Too Late", el envolvente
"Get What You Deserve", así como revisiones de unos cuantos clásicos al abrigo de un coro gospeliano que no dio crédito al ex abrupto del derribo de amplificadores, guitarra incluida, a modo de despedida de un concierto, por otro lado tremendamente centrado y vitalista.
Con el estilo que caracteriza a los que saben estar, decidimos poner broche final a la noche con semejante buen sabor de boca, escuchando en el recorrido a un
John Talabot más accesible de lo habitual y ampliamente consensuado.
El viernes, repuestas las energías y el espíritu festivalero, decidimos ir en busca de un sol instigador, sufriendo por la banda catalana
Cuchillo que estrenaban flamante nuevo disco, repleto de reseñas al rock progresivo andaluz y algún que otro tema con inconfundible estilo Brincos. De lo mejor y más prometedor del evento.
Mientras, en el San Miguel,
Other Lives también hicieron méritos para dar esperanzas a un rock épico últimamente frecuentado por demasiadas bandas, con la objeción de la necesidad de una urgente madurez que despeje influencias demasiado evidentes. La elección, una vez más, obstaculizó disfrutar de
Fasenuova, banda ejemplar a tenor de la paciente supervivencia en el proceloso y cada vez más contaminado mundo musical.
Cumplimos la cuota de revisión musical con
The Chameleons, ajustados como un guante a un período de la música ahora reivindicados por muchos.
Dirty Beaches pusieron el aceitoso contrapunto, retrotrayéndose unas cuantas décadas al rock y roll más turbio y elemental, algo parecido a un cruce posible entre David Lynch y Elvis Presley. En el ínterin, le dimos una vuelta al tan abigarrado como extremadamente clásico
Rufus Wainwright, no cedimos a la posibilidad de la
Faithfull en el Auditori y nos dirigimos al recoleto ATM para ver a los noveles
I Break Horses que mantenían los déficit vocales, evidentes en el pasado Loop festival, aunque supieron crecer con esos ya reconocidos espléndidos temas. Sufrimos la pérdida y curiosidad de la puesta en escena de
Lower Dens, una formación magnífica repleta de creaciones intensas, sabios mezcladores de la experimentalidad germana con el folk americano. En el mismo escenario aparecieron
The War on Drugs, otro gran descubrimiento personal, en buena línea con esa, casi omnipresente, mixtura de Krautrock y las aguas tradicionales del rock americano, llámense Dylan, Springsteen. Una conjunción, a priori extraña e impredecible, se tornaba en manos de los de Philadelphia en un despliegue de canciones incontestables que hicieron disfrutar a los feligreses. Cada vez más grandes y positivamente expansivos.
The Cure, el gran monstruo del pop de las últimas décadas, sometieron al respetable a una tortura difícilmente calibrable en extensión, a pesar de los grandes clásicos de siempre, mezclando aquellas añorados principios oscuros con la ligereza de las producciones de media carrera y los prescindibles momentos más recientes. Generosidad y también
tour de force como antítesis de la saludable digestión y disfrute.
A partir de ese empachoso viacrucis inabarcable, la noche se tornó juguetona y bailarina merced al buen hacer de
The Drums, cada vez más engranados y efectivos, demostrando que los festivales están concebidos por y para su música, con un público entregado y abundantes temas poseídos del maravilloso espíritu pop. Hasta se atrevieron con su auto-denostado
"Let's go Surfing", a sabiendas de que su prestigio está más que verificado. Las yuxtaposiciones cobraron a cuenta la épica de
M83 y
Death in Vegas, formación que ha sabido regresar, a pesar de muchos, con una dignidad envidiable y llena de vitalidad. Pero el decurso de los acontecimientos nos hizo olvidar aquellas bajas con el espléndido concierto de otra formación que ha regresado bajo la fuerza de los vientos mediante el sabio espíritu que conjuga disco, punk y rock.
The Rapture ejecutaron un concierto imborrable, inenarrable. Nos hicieron bailar, nos hicieron vibrar, sentir y sobre todo, nos hicieron reír y soñar, más allá de las coyunturales asistencias embriagadoras, a expensas de Luke Jenner, maestro de ceremonias inspiradísimo.
Tras el subidón adrenalínico, decidimos cerrar la jornada, disfrutando de la esperpéntica comunión de esos dos bribones sudamericanos llamados
Matías Aguayo y
Rebolledo, envolviéndonos en su retórica lisérgica de ritmos que orillan en la cultura popular, los chistes fáciles y la electrónica más repetitiva, contemplando un amanecer bajo los ecos de cierta ceremonia inquietante ritual. La luz cegadora del día y el frescor marítimo como telón.
Al traspiés, dándole vueltas a un reloj exprimido, en la tarde del sábado corrimos hacia el Fòrum, presas de un horario excesivamente ajustado. Y apareció ella, horario vespertino, distante, irónica, díscola... armada de comentarios que invitaban poco a la comunión. Aquel
"Tramp", epítome de lo que
Sharon Von Etten puede dar de sí, nos cautivó, más allá de que las almas estuvieran rendidas de antemano. Lejos de aquel juego maniqueísta,
"I'm Wrong", la víctima que se convierte en verdugo de su respetable, desgranó algunos de sus trucos de magia dotados de una seguridad y templanza digna de elogios. La siguiente cita, unos prometedores
Autumn Comets bajo el escenario Mint de los que destacaba ese extraordinario bajista llamado
Mario Pérez. Convencidos de que era la mejor hora para disfrutar de Jota, iniciamos la fatigosa excursión hasta el escenario Mini y si el día anterior lo vimos dando tumbos delante de las embarcaciones, esta vez se nos mostraba entero y efectivo. Desechando esos resabios a lo Kiko Veneno que nos bajan la libido, el
Grupo de Expertos apuntan maneras sureñas, en su más amplia acepción, con letras imbuidas de lo doméstico sumamente resultonas. Cuando la idiosincrasia andaluza conjuga con los clásicos anatemas planeteros, los resultados rozan lo sobresaliente, como en la inefable
"Misionero de dios". Hasta tal punto fue el cautiverio que llegamos tarde a la puesta en directo del nuevo disco de
Atlas Sound, viacrucis mediante. Al parecer estuvo disfrutable y dicharachero.
De nuevo, desde las antípodas escénicas, otro traslado forzoso hasta el maldito escenario Mini, donde
Beach House confirmaron su buen estado musical, que no anímico, con un aforo repleto, a pesar de que su dream pop no resulte, en un a priori prejuicioso, el más indicado para un festival. Y aparecieron
"Norway", "Lazuli"… haciéndonos flotar en una nube de melancolía azucarada que se prolongó en el resto de su praxis.
Volvimos a cruzar el Mississippi para disfrutar de
Chromatics, primos carnales de Beach House, aunque dotados de un repertorio más ecléctico que el de los de Baltimore, un arma de doble filo que si despista algo en el disco, por variedad y extensión, se torna más comprensible y entera en el directo. Dos versiones de Kate Bush y Neil Young a modo de epílogo.
Perdimos la cuenta de las veces del camino recorrido. En ese perverso juego entre el escenario Pitchfork y el Mini, visita obligada a
Yo la Tengo, a pesar de que siempre nos dejan la sensación de que el exceso de distorsión aplana un repertorio mucho más rico y variado. Esos medios tiempos, reivindicados en cada encuentro, que tienen la insensatez de obviar deliberadamente. Como si el nivel de decibelios determinara la calidad.
Un poco anestesiados por un concierto sordo y las numerosas travesías
trans-escenari, acudimos al
Justice Live con la necesidad imperiosa de pasarlo bien. Y eso fue lo que ocurrió. Estos dos franceses saben cómo encandilar al público, con una puesta en escena incontestable, paradigma de todos los clichés imaginables del mundo del rock. Ese teatro postmoderno hiperbailable, al mismo tiempo irónico y creíble, reactivó sobremanera una velada que venía excesivamente discreta y gris para ser la noche señera del festival.
Saldadas las cuentas con The Drums, Beach House y alguna que otra banda sacrificada en anteriores convocatorias, nos dirigimos al ATP con la oscura intención de disfrutar de la pinchada, broche apocalíptico, de
Dj. Coco. Conjunción de hits elegantes y sabios con confetti y serpentina a modo de adiós. Haciéndonos olvidar de
Washed Out o
Neon Indian, gastando los últimos cartuchos de un festival del que nos cuesta despedirnos y al que echamos mucho de menos los once meses restantes.
Primavera Sound'12. Barcelona. Mayo-junio 2012.