domingo, 19 de abril de 2020

Apodíctico

John Sayles. “Lone Star”. 1996

“… Tristeza não tem fim
Felicidade sim
A felicidade é como a pluma
Que o vento vai levando pelo ar
Voa tão leve
Mas tem a vida breve
Precisa que haja vento sem parar…”

La ficción no puede establecerse en parámetros vinculados a lo fingido, al reino de lo falso. No, al menos, siempre. La ficción actúa como una representación de ciertas realidades, en beneficio de su asimilación y de la crítica de sus posibles fisuras, intersticios. Precisamente lo ficticio ejerce un nivel simbólico, en el que sus elementos establecen alegorías sobre partículas extraídas de la realidad.

Una historia verdadera, una verdadera historia puesta en escena, adquiere verosimilitud en el ámbito de la representación si se saben manejar con destreza los recursos necesarios, aun a sabiendas de que la realidad es múltiple e inasible, o precisamente por ello.
Como aquellas obras artísticas que adaptaron y trascendieron el original en beneficio del discurso, detrás de un relato sencillo, cercano y emocionante (qué fácil la emoción espontánea y cuán complicado lo emocionante dilatado en el tiempo), existe un complejo entramado artefacto que hace uso de la inteligencia, el conocimiento y las pulsaciones sentimentales. La vida se siente rememorada y amplificada en contenidas y austeras imágenes de inefable calado emocional. Pequeños, cotidianos actos heroicos. Élan vital sin artificios ni fingidas instantáneas melodramáticas.

El pasado y el presente, vívida re-presentación de la provisionalidad humana, en el marco incomparable del no man’s land, lo fronterizo. Polvo y aridez del testimonio del tiempo y la sangre. Start from scratch. Eterna estrella.

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