Marco Ferreri. “Liza”. 1972
“… Der neuen insel
Dem alleinigen strand...Ich warte…”
Desde las alturas se observa el discurrir de las gentes, aunque apenas tengan presencia. El tránsito de la vida, sus humores y efectos, aunque no se perciba absolutamente nada. Pero es en esa ausencia, inmovilidad, esa quietud, en ese still frame, donde todo el torbellino de predictibles actos, toma presencia y sentido.
En la elevación, la mirada se torna condescendiente, repleta de hastío, al verificar cómo una y otra vez, esos diminutos secundarios, cometen los mismos errores e imprudencias, empequeñeciendo sus almas, estrechando su porvenir, adaptando su destino a una serie de actos mecánicos carentes de sentido y decisión.
Las profecías de fácil augurio, el testimonio de canciones demasiadas veces cantadas en voz alta. Lejos, muy lejos, hasta donde la fuerza de la sensatez nos puedan llevar. El monte, la torre, la cueva, el refugio, la isla, el hábitat del superviviente. Sólo el equilibrio sobrevive por encima de la inercia. Auto-abastecimiento, readymade, talento. Sólo lo que pueda traer el mar, coyunturalmente, puede ser visto como un enriquecimiento, siempre complementario, del guión personal. El brillo áureo de los rayos luminosos sobre el agua salada, reflejo de un espejismo femenino, cabellos dorados, o de una posibilidad de argumento, el famoso relato vital.
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