viernes, 4 de febrero de 2011

La cuerda floja
















ADR & JPS. 1990

Al analizar la producción artística personal, desde la distancia de veintiún años de creación, se cae en la cuenta de que corre estrechamente paralela a la propia vida, una evidencia no siempre bien ponderada por la rutina.
El presente es el objeto de nuestro orgullo e interés. Nos retrotraemos al pasado para sacar conclusiones de la gravedad de los errores y de los certeros disparos luminosos en el firmamento, sin demasiada nostalgia y con toda la melancolía que pueda existir, confiados en un futuro apenas esbozado, como corresponde a la ilusión de las expectativas. La capacidad para aprender y de adaptación es un valor en alza que conjuga mal con los sentimientos, agente erosionador que penetra por los intersticios de la presunta cámara acorazada. Hay que reinventarse en cada despertar diario, en cada gesto artístico, cada mirada seductora, cada pensamiento febril, a sabiendas de que, estructuralmente, somos y seguiremos siendo los mismos. El hombre (en)triste(cido) que sonríe a modo de exorcismo.

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