Philippe Garrel. “Le Révélateur”. 1968 |
"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz". Leonard Cohen.
La cotidianidad irreversible, ese mecanismo cargado de certidumbre, redimensionado en el sentido y la sensibilidad añejos. Fogonazos fulgurantes de asentimiento en el corazón de los conductores experimentados. En las pruebas palmarias de los efectos colaterales, las fisuras, lejanas de calibrarse como abruptas interrupciones del recorrido, forman parte del acuerdo, souvenirs como postales descafeinadas, carentes de intensidad cromática, pequeñas pigmentaciones en una piel curtida y expuesta a las inclemencias medioambientales, avatares de un destino tan predecible como insustancial.
En el vaticinio de los modos y maneras de toda contienda, el que protege tiene todas las de perder. Auspiciar requiere la asunción del rol del perdedor, interpretación certera basada en la animalidad del comportamiento, el instinto de supervivencia donde la debilidad de lo benévolo es un letal determinismo. Una perversa relación desajustada de derechos y deberes, inversa proporcional de apuestas devaluadas desde sus mismos albores. Testimonio fidedignos de principios básicos de sicología comportamental.
De resquebrajamientos y fines devaluados, desequilibrios y discursos entrecortados, una farsa repleta de glitches y efectos reverb, la transformación discurso vocoder en espectros a punto de extinguirse. La luz parpadeante en re-presentación sin la suficiente energía como para trascender. Fina línea intermitente entre lo esperado y lo deseado, lo previsto y lo asumido. Bendita in-certidumbre ignorante.