sábado, 23 de marzo de 2019

Promenade

Ingmar Bergman. "Persona". 1966







































El arrobamiento como un bien atesorado condescendientemente, esa relación descompensada donde el admirado nos devuelve con extrema contundencia, la soberbia de su distancia, la lejanía de sus conquistas, la prevalencia de sus bienes por encima del resto de participantes. Un juego de competición artística, estética en el que se entremezclan servilismo y vanidades, impotencias, complejos e insolvencias con complicadas jerarquías re-senti-mientales, mientras el pulso vital se filtra por entre los intersticios del reducto.
El grande jamás podrá prescindir del pequeño, extraña armonía de contraste donde dueño y esclavo están condenados a la proximidad sin entendimiento. Son las reglas del juego. Un sex appeal de la clase “sosial” que actúa como reclamo en un duelo de afectos y afecciones. Este es el sitio donde los árboles arden, itinerarios extintos y senderos luminosos que crecen encima de aquellos, a modo de civilizaciones que sepultan los logros de las anteriores. El orgullo del ex-orbirtado que nos devuelve la parte más recriminable de nuestro rostro-otro.
“Es realmente importante no mentir, contar la verdad, hablar en un genuino tono de voz”.
AD-mirable.

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