domingo, 21 de noviembre de 2010
Pre-visto
Jonathan Demme. "Something Wild". 1986
Al parecer nos sentimos cómodos en el ámbito de lo re-conocible. Desde épocas remotas el hombre siente la seguridad de la identificación doméstica, un confort bastante burgués que presuntamente le garantiza estabilidad vital, síquica en su acepción más refinada. Asegurarse una percepción cotidiana del tamaño de las cosas, de las formas trivializadas, de los colores transformados en empáticos por la frecuencia de su visión, de las músicas mainstream, de la literatura folletinesca, de las personas del "círculo", de los sentimientos hipotecados, nos orienta hacia un camino costumbrista refrendado, con asiduidad, por la comunidad social como el "exclusivamente correcto". Las innumerables "vueltas al orden" de las tendencias artísticas, el retorno de las prácticas más añejas (lo pictórico a modo de garante del "verdadero arte"), polvorientas, largamente consensuadas por el cliente (que siempre se reserva el uso de la razón), no son más que el epítome de los modos y maneras de un grupo social aquejado de una consciente miopía pacata.
En este contexto, los procesos vitales no siempre reaccionan conforme a la tradicional retícula planificada, es más, el quehacer rutinario puede "de-generar" en prácticas y situaciones ajenas al control social, de tal manera que lo conocido se transforma en des-conocido, extraño. Lejos de suponer una inmejorable oportunidad de crecer en experiencia, dicha mutación cortocircuita los fundamentos estamentales de los sujetos, precisamente por la falta de hábito (con mucho sarcasmo) en lo in-habitual, que viene a ser sinónimo de creatividad seductora, allá donde la tradición-traición es incapaz de progresar. El mundo "acabado" en su perfección, casado y comprometido hasta la muerte, previsible en su rutina más anestesiante, agoniza en su rigidez, incapaz de disfrutar de la voluptuosidad de lo desconocido, no reconocible.
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