Edvard Munch "El día después". 1894/95 |
Quien admite que la enajenación mental o, con más frecuencia, los efectos de las drogas resultan un aliciente cool para el mundo "artístico" demuestra un premeditado desconocimiento de semejante trastorno y de los frecuentes efectos devastadores de aquellas. Sólo la plenitud de la conciencia puede permitirse el lujo de su ausencia intermitente.
En cierto sectores de la sociedad se siguen sobrevalorando las "excelencias" de la demencia o los estupefacientes, sobre todo en las artes, como un prurito extra de calidad artística. Tan sólo en el ámbito de lo musical, los desvaríos de los músicos suelen amplificar lo que de calidad creativa puedan ofrecernos. Está "bien visto" que la biografía del artista se salpimiente de episodios de enajenación mental, desbarres intoxicados que realzan el presunto talento creador, al abrigo de un consenso social interesado en distanciar las artes de los valores realmente operativos de la estructura colectiva. El ambiguo axioma "Al artista se le perdonan cosas que a otros les están vedadas" sólo esconde un marcado deseo de exclusión social bastante reaccionario que poco beneficia al ámbito de lo artístico. Este lastre, convenientemente abonado desde el Romanticismo, llega hasta nuestros días metamorfoseado en un tumor histriónico, ridículo, anacrónico, carente de la consistencia que se demanda a cualquier manifestación artística propia del siglo veintiuno.
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