David Lynch. “Mulholland Drive”. 2002
«El conocimiento es más una conversación que una representación de la realidad». Richard Rorty.
Los sucesos se acumulan en un presunto almacén deslavazado, el amontonamiento de facetas y detalles de un historial, en muchos casos, prescindible pero difícilmente ignorable.
La opción de que toda esa información, todos esos hechos queden a la deriva en un mar estancado por decenas de imágenes fragmentadas, deformadas a causa del efecto del tiempo y de la memoria pero, también, por la espiral de reinterpretaciones ventajistas, no hace sino acrecentar el convencimiento de que nunca ha existido (desde afuera) una voluntad de liderar faros luminosos de virtud, de que las espurias pretensiones de quienes se dejan arrastrar por la corriente de la inercia enajenada carecen de objetivos, más allá de la supervivencia en la era del súper consumo y de la proximidad calculada. Las alas de una máscara que termina por desprenderse con el paso del tiempo (escultor de verosimilitud) y el abuso de interpretación, la auto-justificación, el disimulo.
Reinventar la realidad nunca supuso un grado mayor de cinismo y desapego hacia la tierra, la superficie de las cosas, el volumen de la construcción de lo edificante. Y ni los flashes nocturnos, ni la saturación de sonido, ni el abandono en brazos coyunturales, prescindibles, insustanciales marionetas, ni la inmersión en las aguas de lo anestesiante o la química menos fisiológica podrán mitigar lo que es un grito silencioso a voces. Las que son imposibles de amedrentar en la densidad de la noche. Esas mismas que velan porque la penitencia sea proporcional a las infracciones cometidas, más allá de divinidades castigadoras, más acá de la propia identidad escrutadora.
Tan lejos de la fábula o el refugio provisorio oportunista en colectivos que deniegan hacer causa común de los desvaríos ni las imprudencias particulares. El desatino nunca tendrá legitimidad. La realidad se impone palmaria, como una luz plena, omnímoda, cegadora, que impedirá disimular las cicatrices, la ropa ajada, los objetos destrozados, los cristales rotos, las arrugas ganadas a golpe de mentira y mezquindad.
Los restos de una batalla que sucede en el único lugar en el que no se puede eludir: en el interior de la mente. El testimonio de la evidencia. Cristalina.
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