martes, 3 de noviembre de 2009
La náusea
Donal Milne. David Sylvian
Los ciclos son inevitables, claro, punto de partida y recapitulación de los aprendizajes adquiridos, o mejor, revisados, corregidos y aumentados. El lapsus que va de la sorpresa, leve quemazón, hasta el asentimiento, cada vez más estrecho, más certero, reduciendo al vector a un punto impropio, fin de trayecto por agotamiento mental. Verificación extenuante de un mismo proceso mil veces repetido con pequeñas variables matizadas. Hacer oídos sordos a las voces (esas sirenas) que juran entenderte, amarte hasta des-armarte, paladines del engaño y del autoengaño (aunque re-nieguen). Pena de muerte.
No necesitamos más rosas ni más regalos envenenados, no necesitamos más sonrisas "aquí no ha pasado, pasa nada", mentiras solapadas o ebria verborrea por franqueza. No necesitamos más noches de falsas sábanas revueltas, ni sexo hipotecado. No necesitamos un cariño cobarde que siempre llega tarde, cuando menos nos interesa y más interesa. No necesitamos que nos traten como a un paciente enajenado, habiéndose tenido la elegancia de obviar las grandes fisuras que, a modo de ramas retorcidas, evidenciaban sus bocas. Es ridículo y patético. No queremos repetir por enésima vez un camino repleto de condescendencia absurda, ahítos de ser "comprensivos" y "amables" con los demás, sin efecto recíproco: quid pro quo, quid pro quo.
Porque nuestro pensamiento y corazón son quizás demasiado puros, una arritmia perfecta en su deformidad luchando contra verdaderos espectros inconscientes. Autorretrato sin demandas de más aditivos.
Es inútil intentar engañar con el mismo viejo truco manido, dado que no nacimos para ser víctimas aunque acusemos cansancio, un malestar indefinido. No "amen" tanto, carajo, y respeten más.
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